martes, 25 de marzo de 2008

sábado, 22 de marzo de 2008

Á PROPÓSITO DE LA EVALUCIÓN DE DOCENTES

A los maestros del Perú se les ha reservado los sueldos más miserables y socialmente se los mantiene en concordancia con los haberes que perciben. Para tener una idea, mientras los maestros percibían los sueldos más humillantes, los parlamentarios han llegado a ganar en sólo un mes el equivalente a sesenta mensualidades de los maestros, de modo que para que un maestro gane el equivalente a cinco mensualidades de los congresistas tenía que trabajar treinta años, toda una vida laboral. Esta comparación es pertinente si tomamos en consideración el bajo estándar intelectual de la mayoría de parlamentarios y a que pese a la distancia de sus remuneraciones nunca les faltó ocasión para quejarse que sus haberes eran insuficientes, queja más frecuente entre los parlamentarios provincianos que eran la mayoría y los menos calificados académicamente, algunos de los cuales no superaban el nivel estándar de los maestros de primaria y secundaria y otros ni siquiera habían completado la primaria.
La oligarquía partía de un supuesto: que hacía un gran favor brindando educación y solamente básica a los sectores populares, vale decir a la inmensa mayoría de la población. Eran tan ignorantes que nunca entendieron que el mundo es histórico, que todo cambia, que el mundo que sobrevendría para que las oligarquías sobrevivan transformándose en los grupos de poder burgueses necesitarían de un pueblo culto, capaz de inyectar valor agregado a sus productos, de universidades que formen científicos que provean de la sabiduría básica de la técnica que daría competitividad a sus empresas; o que desaparecerían como megaterios incapaces de adaptarse a las circunstancias del mundo del futuro, como así sucedió. Sin trabajadores altamente calificados, sin conocimiento especializado, no es posible industria sofisticada, ni mercado interior adecuado para los productos. La economía bárbara que defendían era aquella que dependía de las fuerzas naturales, de la lluvia, de las heladas, plagas, clima en general, abono autogenerado por la naturaleza. Que la energía que pondría en movimiento la economía dejaría de ser la de los caballos, de los asnos y de los bueyes, además de la misma energía humana de los siervos y pongos. No imaginaron una economía en la que en lugar de la fuerza física se inyectara fuerza mental en los procesos productivos y que esa fuerza mental, no es la incipiente, sino energía mental potenciada por el estudio, que la energía mental sería la ciencia aplicada, o sea la tecnología, en la que subyace la ciencia pura. No tener en cuenta la nueva economía basada en la fuerza mental en sustitución de la fuerza física natural y humana, además de la fuerza de la naturaleza como la de los vientos y la del agua, era suponer que la economía sería agropecuario-artesanal por la eternidad. Imaginaron un mundo rural eterno, con campesino analfabetos, a los cuales alfabetizarlos era hacerles un favor. Imaginaron una economía caracterizada por la reproducción simple, incompatible con la competitividad, ni la prosperidad. No tenían capacidad para entender de lo que ya explicaban los economistas de la época y se cerraron tenazmente contra los beneficios de la revolución industrial, contra el uso de la máquina que permite al hombre ahorrar esfuerzos y multiplicar casi de manera ilimitada su productividad, su capacidad de producir mil en vez de un solo producto en una misma magnitud de tiempo, de modo que el conjunto de la sociedad sea más rica. Pero en este nuevo modelo de sociedad los trabajadores no pueden ni deben ser analfabetos, sino que los campesinos analfabetos deben transformarse en científicos, en técnicos altamente calificados, en trabajadores que en vez de usar su fuerza física utilicen fundamentalmente su fuerza mental, la cual debe ser compatible con el tipo de productos en una sociedad en la que si no se es líder se es país dependiente, si el país es dependiente las oligarquías en vez de transformarse en exitosos burgueses desaparecen como clase y como individuos.
La oligarquía peruana fue ignorante, sin ciencia, pero sí de muchos prejuicios, que confían en su fuerza como los megaterios. En sus actividades económicas –sobre todo en el mundo rural, en la que eran señores- a la energía que recibían de la naturaleza le agregaban la energía física de los seres humanos, a la que hacían funcionar en consonancia con la energía del caballo o de los bueyes, vale decir, de los animales. Esa torpeza habitó incluso en el cerebro de sus filósofos más celebrados, a principios del siglo XX cuando el capitalismo había ya pasado del capitalismo tradicional al monopólico, en plena época en que la economía dependía ya del conocimiento, de la industria basada en la máquina, la cual desde entonces era una de las expresiones más visibles del conocimiento. Estos intelectuales que asesoraban a la oligarquía ignorante que vivía de explotar a los campesinos analfabetos no se imaginó que el progreso técnico conduciría, por lógica, a lo que ahora se conoce como globalización, instancia en la que los estados nacionales estando perdiendo vigencia, las economías van más allá de los niveles agropecuario-artesanales, frente a los cuales, los oligarcas tradicionales perderían vigencia y si no tenían la inteligencia y la cultura adecuada serían desplazadas del poder en sus propios países de origen, se convertirían en socios menores o simplemente devendrían en parias que vagan por el mundo convertidos en migrantes tercermundistas ocupándose en los empleos más modestos hasta que no quede rastro alguno de sus nombres ni apellidos. Fueron tan indignos de figurar en la historia que desaparecieron, aunque algunos, como Alejandro Deustua figure incluso como epónimo del colegio de los bancarios.
Este filósofo llegó a escribir: “La democracia pide a gritos escuelas para el pueblo, arrojando ese dardo a las clases aristocráticas que gobiernan; y éstas envían al Congreso proyectos ofreciendo esas escuelas para ganar simpatías populares, sin que unos ni otros calculen la magnitud de la obra de regenerar a nuestro pueblo por la educación, ni la practicabilidad de ese medio, ni su eficacia, su oportunidad, y sus resultados. El objeto es mistificar al pueblo ofreciéndole una felicidad cierta, y ese objetivo se alcanza derramando unos cientos de miles en el seno de nuestra sociedad con el título de dinero para las escuelas.
El procedimiento es simpático, fácil y seguro; deja las cosas de la educación en el mismo estado en que se encuentran; pero permite a los políticos de todos los partidos afianzar su popularidad. Además, ¿quiénes podrían oponerse a ese derroche sin ser exhibidos como enemigos del pueblo? ¿Quiénes tendrían interés en demostrar que esos dineros se derrochan? ¿Quiénes podrían demostrarlo?[1]
Increíblemente, este argumento, se ha vuelto a repetir en pleno siglo XXI, a través de un ex Ministro de Educación, con el pretexto de criticar al movimiento sindical, al no comprender por qué existe, qué le da vigencia y fuerza. Este sociólogo sanmarquino, se apropió del discurso legitimador de la oligarquía, introyectándose la imagen alienada de los oligarcas, mirándose como uno de ellos, aun cuando para vivir depende de lo que gana como uno de los tantos profesores universitarios empleados en las universidades públicas. Es un asalariado más aun cuando se crea un “caviar”.

Alejandro O. Deustua: “El problema pedagógico nacional” publicado en Ensayos sobre la educación peruana, P. 38, (Emilio Barrantes, compilador). Universidad Ricardo Palma, Lima 1999.

jueves, 20 de marzo de 2008